Sevilla recibe grandes masas de visitantes en dos fechas imprescindibles para la ciudad como son la Semana Santa y la Feria de Abril, puntos álgidos de la industria turística en la ciudad.
Sevilla, capital andaluza y uno de los destinos turísticos mundiales más famosos, no necesita de excusas para ser visitada. Sin embargo, el auge de visitantes en estas dos fechas apunta a que se aprovechan estas dos festividades para ver la ciudad y viceversa.
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Sevilla o la imposibilidad de verla entera
Todos los grandes historiadores del Arte coinciden en la dificultad de ver una ciudad tan impresionante en cuestión de días. Sin embargo, existen recorridos turísticos para vivir y sentir Sevilla durante las festividades. La Semana Santa y la Feria de Abril duran lo suficiente para alternar ocio y diversión, recogimiento y cultura siguiendo un sencillo recorrido que responde a la pregunta típica sobre que visitar en Sevilla.
Si hay un punto inicial sería la Catedral de Sevilla. La tercera más grande de la cristiandad, es digna de visita, con su Patio de los Naranjos y La Giralda, conjunción de arte islámico y católico típico del arte español. Otro ejemplo de mudéjar de primera lo tendríamos en los Reales Alcázares, relativamente cercanos, o la Casa de Pilatos, también mudéjar, pero con trazado gótico y alzado en gran parte renacentista. Decenas de bustos de grandes nombres del imperio romano, incluyendo Pilatos y su escultura, los podemos encontrar en esta joya sutil cercana a otros edificios religiosos.
Aún más próxima a la catedral, y formando un conjunto monumental insuperable, tenemos el Archivo General de Indias. Este edificio es referencia para cualquier investigador mundial que quiera aprender más, no solamente del proceso de conquista de América, sino también del de construcción del Imperio español, puesto que Sevilla fue en su momento la capital económica de dicho imperio y, por ende, de Occidente.
Pero si te gusta la historia de los conquistadores o las Indias, es aconsejable dirigirse al río Guadalquivir. Desde allí, miles de barcos llegaron y abandonaron España en busca del oro americano hasta su sustitución por el puerto de Cádiz en el XVIII. En apenas un palmo tenemos la almohade Torre del Oro, típica norteafricana, la Real Maestranza y el famoso barrio de Triana. Visitar Sevilla y no pasar por Triana o el Barrio de Santa Cruz es como ir a Nueva York y no entrar en Manhattan; callejuelas, enrejados, simpatía, buen comer y locales de música dan la bienvenida.
Si hasta aquí tenemos un recorrido fácil y práctico, todavía podemos tener dos visitas que ponen en unión pasado clásico/contemporaneidad.
En el primero, algo que nos demuestra la importancia de la ciudad desde siempre, es el Conjunto Arqueológico de Itálica. El clan hispánico (senadores, militares, pensadores, emperadores como Trajano y Adriano y sus mujeres) tienen aquí su origen y suponen el mayor esplendor del Alto Imperio Romano. Veremos el anfiteatro de Hispalis, viviendas, y un largo etcétera de maravillas. No solo es gratuito, sino que abren en festividades. El segundo punto, más contemporáneo, es el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Decimos contemporáneo puesto que el museo, en plena fiebre liberal y cultural, se inaugura en 1835, y posee piezas del XIX-XX, pero como antiguo convento barroco, y porque además aloja obras desde el Medievo, un Velázquez, etc., sirve para cubrir todas las épocas también.
La pareja imprescindible
Ya hemos visto cómo la ciudad es una explosión de cultura y arte, y eso que hemos nombrado los recorridos más rápidos. Pero también lo es de recogimiento y alegría.
La Semana Santa tiene momentos únicos, con las procesiones donde se aclaman en la ciudad santos realizados por legendarios artistas. Hermandades como la de la Macarena, fundada en el siglo XVI, con 15000 hermanos y más de 3000 nazarenos, o la del Gran Poder, aún más antigua, del siglo XV, o la del Señor de Sevilla, emocionan con su disciplina y fe a creyentes y no creyentes.
Los días importantes de la Semana Santa sevillana son todos, pero si hay uno que ha trascendido hacia lo místico, hacia el “embrujo”, es la llamada “la madrugá”. Este día, noche del jueves al viernes santo, consiste en el paso de las hermandades más antiguas con estación de penitencia en la Catedral, ante la eucaristía. Algunas de las hermandades que hemos nombrado, y clásicas como la Esperanza de Triana o de los Gitanos, también procesionan. Aunque el Domingo de Ramos o el Viernes Santo son días importantes, hay que decir que vivir este día es comprender que estamos ante algo más.
Si no puedes ir a la Semana Santa, se debe intentar con la Feria de Abril. Es muy diferente, claro, y la algarabía y la fiesta se apoderan como alternativa a lo religioso. Cercana en el tiempo a la Semana Santa (se celebra un par de semanas después o incluso menos), como si fuera una rebelión tras días de recogimiento, el origen de la celebración se remonta a la Baja Edad Media, para mercaderes y ganaderos. Cómo no, Alfonso X el Sabio es quien la proclama el XIII.
La fama de fiesta elitista o señorita, como hemos visto por su origen, es falsa. La repetición en diferentes medios de que se trata de una fiesta privada, no es tal. Es cierto que existen casetas privadas pero si no tienes un amigo que te invite a una caseta privada puedes ir a las públicas, que son numerosas y perfectas. Sería bueno que el visitante curioso se haga un plano de la feria para moverse por el Real puesto que la oferta es tan apabullante que no sabrás adónde acudir: bailes de sevillanas, actuaciones, gastronomía… Aprovecha para comer montaditos de “pringá” (que es como se llaman a los restos del cocido), serranitos, frituras de pescado (Sevilla sin puerto se convierte no obstante esa semana en Andalucía en miniatura), y su famoso rebujito, gaseosa limonada con vino fino.
Como ves, Sevilla no tiene un color especial: tiene todos los colores. El de la fe, el de la diversión, el de la cultura. Y sobre todo, el de dar la bienvenida a los que buscan una excusa para descubrirla.